A lo largo de la historia del comercio, la economía y las finanzas, pocas actividades han sido tan decisivas —y al mismo tiempo tan invisibles— como la gestión de riesgos logísticos. Durante siglos, el comercio internacional dependió de caravanas, rutas marítimas, puertos y ferrocarriles. Hoy depende de corredores intermodales y multimodales, terminales aéreas y portuarias, y sofisticados sistemas de transporte global. Sin embargo, detrás de cada avance tecnológico y cada acuerdo comercial existe un factor silencioso, a menudo pasado por alto pero crucial: la capacidad de identificar, gestionar y transferir el riesgo.
El movimiento de mercancías que sostiene a las naciones —ya sea un contenedor cruzando el océano, un tráiler atravesando una frontera o una aeronave transportando componentes de alta tecnología— no depende únicamente de la infraestructura o de la experiencia humana. También exige la visión anticipada y la disciplina con la que se manejan las vulnerabilidades que amenazan la continuidad.
La pregunta, entonces, no es si existen riesgos —siempre han existido y siempre existirán— sino qué tan preparados estamos para enfrentarlos. Esa es precisamente la esencia de la gestión de riesgos logísticos. Nos invita a replantear cómo las empresas mexicanas y latinoamericanas pueden pasar de la vulnerabilidad a la resiliencia en un momento en que la región se encuentra en el epicentro de una reconfiguración global.
Hablar de logística en México es hablar de un territorio en tensión constante, donde el movimiento convive con la disrupción y la confianza con la vulnerabilidad.
Desde fuera, la cadena de suministro puede parecer un sistema perfectamente sincronizado: carga viajando en contenedores, barcos llegando a tiempo, camiones y trenes recorriendo miles de kilómetros, aviones despegando y aterrizando con precisión milimétrica. Pero quienes operan dentro del sistema saben que esa imagen es una ilusión. En la práctica, cada ruta está expuesta a múltiples riesgos: robo de mercancías cada vez más violento y organizado, bloqueos sociales que paralizan corredores clave, fenómenos meteorológicos extremos que detienen puertos o inundan almacenes, terminales congestionadas que generan retrasos costosos, procesos aduaneros lentos y corruptos que inmovilizan embarques, e incluso simples errores humanos capaces de desencadenar crisis de gran escala.
Sin embargo, lo que realmente se mueve en cada operación comercial va mucho más allá de los bienes físicos. Cada envío transporta sueños, inversiones, empleos, reputación corporativa y confianza social. Representa los esfuerzos del sector productivo: desde pequeños emprendedores que arriesgan su sustento en un solo embarque, hasta conglomerados multinacionales que emplean a miles de personas. Cada movimiento logístico conecta la microeconomía que sostiene a las familias con la macroeconomía que impulsa a las naciones y regiones enteras.
Una pérdida, por lo tanto, nunca es solo una cifra material: implica cadenas de valor interrumpidas, ingresos perdidos y oportunidades que se desvanecen. En consecuencia, la gestión de riesgos logísticos deja de ser un tema técnico reservado a especialistas y se convierte en una prioridad estratégica para el desarrollo nacional.
Mientras México busca atraer inversión y posicionarse como un hub logístico regional, la continuidad no puede dejarse al azar. Prevenir, asegurar, ajustar y transferir el riesgo son pasos de un mismo proceso, uno que transforma la incertidumbre en certeza y la vulnerabilidad en resiliencia.
Más que un manual técnico, este es un recorrido que expone tanto la fragilidad como la fortaleza de la cadena de suministro a través de la prevención certificada.
En la era del nearshoring y del comercio globalizado, esta discusión es más urgente que nunca. México ha surgido como un destino preferido para la relocalización de operaciones gracias a su posición geográfica, acuerdos comerciales, fuerza laboral competitiva y cercanía con los principales mercados de consumo. Sin embargo, el panorama va mucho más allá de la atracción de inversión y la fortaleza manufacturera.
Ahora se cruza con disputas comerciales y batallas arancelarias que modifican los flujos globales, conflictos regionales que alteran rutas críticas y el creciente impacto del crimen organizado, que cada vez más ve en la logística una fuente de poder económico.
La realidad obliga a empresas y autoridades a buscar nuevos horizontes y alternativas operativas en el comercio exterior, explorando rutas, mercados y modelos de colaboración que antes parecían periféricos. Pero cada nuevo camino trae desafíos inéditos en materia de riesgo: corredores logísticos que se vuelven vulnerables, contratos cuestionados por incumplimientos forzados y cadenas de suministro que exigen mayores salvaguardas para garantizar la continuidad.
La resiliencia logística dejó de ser una ventaja competitiva; ahora es una condición esencial para mantener la confianza en México como plataforma global de comercio e inversión.
La primera línea de defensa suele ser la prevención. En este contexto, las certificaciones son mucho más que sellos en un papel: son un lenguaje compartido que puede abrir o cerrar puertas. CTPAT, OEA, ISO 28000 y Certicargo —esta última, la nueva plataforma que certifica transportistas y asegura la carga para operadores logísticos y dueños de mercancía, además de habilitar retornos cargados— no son siglas decorativas. Son compromisos que señalan a los socios internacionales que una empresa considera la seguridad como una prioridad estratégica, no como un trámite. En la práctica, la certificación es una decisión sobre si una empresa participa o no en las grandes ligas del comercio global.
El problema es que muchos líderes empresariales siguen viendo la certificación como un costo, cuando en realidad es la clave para mantenerse competitivos. Pero la prevención no basta. El siguiente paso es aceptar que el riesgo puede —y va a— materializarse. Cuando eso ocurre, lo que distingue a una empresa resiliente de una que colapsa es su capacidad para transferir el riesgo.
Este recorrido culmina en un “pacto de confianza”. Porque, al final, todo se reduce a eso: un acuerdo explícito e implícito entre empresas, transportistas, aseguradoras, plataformas de certificación, autoridades y clientes. La logística no funciona por inercia; funciona porque cada actor cumple su papel. Ese pacto se rompe fácilmente cuando alguien escatima en la prevención, prescinde del seguro o descuida sus obligaciones. La resiliencia no se declara; se construye mediante confianza sostenida en el tiempo.
Lo que hace este viaje tan revelador es que, más allá de la teoría, refleja realidades tangibles en México y América Latina:
regiones marcadas por desconfianza institucional, alarmantes índices de robo de carga y limitaciones de infraestructura.
México tiene hoy la oportunidad de consolidarse como el hub logístico del nearshoring y del comercio global, pero solo si entiende que la gestión de riesgos logísticos es el nuevo KPI. Producir más rápido o más barato ya no basta; la continuidad debe estar garantizada incluso en medio de la tormenta. En un mundo donde los riesgos son inevitables, el éxito no lo define evitarlos, sino gestionarlos con habilidad y responsabilidad.
Artículo creado para Mexico Business News por Inge. Alfredo Lozano, CEO LIS Software Solutions.
Artículo original: https://lnkd.in/g3kvCbzF